La adicción a los programas sociales
Por Ricardo Homs
La destrucción de instituciones públicas que tienen cierta autonomía, —para dar paso a otra totalmente vinculada a las estructuras de gobierno del Poder ejecutivo—, no llevan otro objetivo que la acumulación de poder que pretende el presidente López Obrador, al estilo de los gobiernos priístas de la denominada “dictadura perfecta”, que era una democracia simulada. Tenía forma de democracia, pero operaba a partir de un andamiaje de control centralizado desde Los Pinos.
Este modelo político de gobierno nació cuando Plutarco Elías Calles conformó el PNR, —antecesor del PRI—, para poder pacificar a México después de la Revolución. Esto consistió en la institucionalización del poder de los caudillos regionales, —que en esas fechas, 1929—, aún se mantenían en la insurrección militar, y que ahora, a partir de la conformación de este partido político, se les invitaba a integrarse a la institucionalidad pacífica de este modelo que ofrecía forma de democracia, aunque en realidad fuese una unión o confederación de cacicazgos regionales.
De esta forma los militares postrevolucionarios insurrectos depusieron las armas y se dedicaron a gobernar, -fingiendo respetar la Constitución-, pero dándole la vuelta al orden instituido, para seguir gobernando autoritariamente.
Ellos controlaban todo, aunque para no perder el control, —y sin poder reelegirse, porque ello contravenía al más importante postulado de la Revolución Mexicana, que era la “No reelección”—, intentaban retener el poder dejando como su sucesor a un incondicional que hacía como que gobernaba, pero recibía ordenes del caudillo que le prestaba la silla presidencial.
Debemos reconocer que este modelo fue una iniciativa genial del presidente Calles, pues sólo así se canceló la era del México Bárbaro, —descrito por el libro del mismo nombre—, redactado por el periodista norteamericano John K. Turner y publicado en 1909.
Sin embargo, este modelo político que fue fundamental para darnos paz a través del PNR-, terminó siendo un estorbo para la democracia de los años 70 en adelante, entre Echeverría y Zedillo.
Hoy vemos que la acumulación de poder que pretende López Obrador, -cancelando instituciones que operan independientemente-, representa un retroceso de por lo menos 70 años.
La Cuarta Transformación no es más que el regreso a la “dictadura perfecta”, —maquillada de democracia—, con la cantaleta de “el pueblo bueno” y adjudicándose, —no la representación o interlocución del pueblo—, sino la propiedad de él.
No es lo mismo representar al pueblo, que tomarlo como rehén, manipulando no sólo sus emociones, sus sueños y sus esperanzas, -sino también su sobrevivencia—, convirtiéndolo en un adicto de la ayuda oficial bajo todas las etiquetas demagógicas de “el bienestar”.
No es lo mismo brindar oportunidades, que convertir la ayuda oficial en una adicción.
Las oportunidades están blindadas de libertad y no tienen límite, pues cada quien las transforma en auténticas posibilidades de desarrollo.
En contraste, las ayudas gubernamentales, —que no son temporales para la gente en edad productiva-, a diferencia de la otorgada a los adultos mayores, que representa protección frente a su vulnerabilidad—, siempre terminan condicionadas en lo oscurito, ya sea de forma abierta o de manipulación emocional.
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