COLUMNISTAS

Una alfombra llamada Carlos

 

Por Ángel Álvaro Peña

Tan grave es la lisonja gratuita y exagerada como la acusación falsa y sin fundamentos, sobre todo cuando provienen de los comunicadores y se dirigen a una autoridad Hay periodistas que no conocen los límites de su oficio, que, como toda función social, tiene normas.

Cuando el Presidente de la República señala “No somos iguales”, hay quienes aseguran que puede caber la posibilidad de hacer ahora lo mismo que en otros sexenios, como mostrar servilismo y sumisión ante quien debe obedecer a los mexicanos. La libertad de expresión es parte fundamental de la democracia, pero cuando se abusa de un oficio con la responsabilidad histórica como el periodismo, se atenta contra la democracia.

Desde la llegada de las actuales autoridades del país se cuestionó la alabanza que cultivaba el culto a la personalidad. Se practicaba diariamente, pero no de manera tan desproporcionada como la mañana del miércoles 16 de agosto, cuando el comunicador Carlos Pozos, mejor conocido como Lord Molécula se tiró al piso para definir a Andrés Manuel López Obrador, rompiendo todos los récords de elogios que parecían piropos de un enamorado, faltándole al respeto al Jefe del Ejecutivo y a los compañeros periodistas, que pueden coincidir con él en algunos aspectos o ser radicalmente diferentes, y es en esa diferencia donde el reportero patinó hasta formar parte de los muchos ridículos que han hecho a veces involuntariamente los compañeros de la fuente.

Decir, cara a cara, que el Presidente es un gigante, compararlo, frente a frente, con Juárez e Hidalgo, es un insulto a la figura presidencial. Por muy digna que sea la similitud, no deja de parecerse a los poemas elogiosos de los siervos a los tiranos en la antigua Roma, antes de iniciar el circo donde el monarca decidía quienes debían morir.

Carlos Pozos insultó a todos, incluso a los posibles sucesores de López Obrador, porque se atrevió a decir que éste dejará unos zapatos muy grandes a quien continúe en la Presidencia de la República. La desproporción de la visión de una persona así no debería dedicarse al periodismo porque toda difusión de su trabajo sería exagerada, distorsionada, irreal, fantasiosa.

 

 

Podría ser un profesional de cualquier otra actividad pero nunca la de transmitir sus ideas porque su percepción no está ubicada en la realidad y su interpretación de la realidad es producto de una mente que no está ubicada en el tiempo ni en el espacio.

Imaginemos que molécula es médico, cómo explicaría una enfermedad terminal con esa visión y su característico lenguaje. O lo que es peor, un catedrático, a quién podría engañar tergiversando la historia, la realidad la función esencial de su oficio.

La mañanera ha servido, en efecto, para mostrar lo mismo críticos furibundos cuyas preguntas las convierten en consigna y hasta en agresión; pero, del otro lado, también hay excesos y son tan molestos unos como otros. Esa conferencia tan cuestionada por la oposición y tan necesaria para las aclaraciones se convierte a veces en trinchera partidista, ideológica, administrativa, que requiere de un gran esfuerzo no sólo de las autoridades sino de todos y cada uno de los compañeros que asisten en las mañanas desde las madrugadas a recabar información, detalles llenos de responsabilidad y profesionalismo, que no deben ser alterados por alabanzas irresponsables y palabras.

Sin embargo, se justifica más el hecho de que haya críticas sistemáticas porque sabemos que pertenecen a intereses muy definidos que a la palabrería que debe llenar de vergüenza al Presidente, porque no se trata de parecer un dictador sino un demócrata y esos elogios sólo puede soportarlos sin castigar un déspota. El crítico sin pruebas se encamina hacia la extorsión, el que alaba al interés y la ambición.

El servilismo de Molécula es tan burdo que nadie dudaría que tanta lisonja se trata de un sarcasmo con malas intenciones, más aún en tiempos electorales. Nadie puede asegurar que dichas palabras no intenten desestabilizar al presidente López Obrador, o que fueron pronunciadas para probar la entereza ante las reacciones de quien alaba con tanta ligereza.

Al Presidente de México lo juzgará la historia, lo mismo que a sus detractores y simpatizantes, recordemos que al cura Miguel Hidalgo los medios de la época de la Colonia lo maltrataron hasta justificar y festinar la salvaje muerte que le impusieron los realistas en defensa de la monarquía.

La dimensión de los mandatarios ni surge a la historia durante su gestión. La historia es un tren que camina sin detenerse y quien quiera subirse debe arriesgar algo más que la vida. Pero la percepción de algunos periodistas que lo mismo les da alabar gratuitamente que criticar con resentimiento, está distorsionada por la sorpresiva manera de hacer política o por el rencor que produce haberse quedaron sin un subsidio monetario que consideraron un derecho vitalicio.

Reglamentar las alabanzas exige también reglamentar las críticas, condenar a la ley de la verdad el ejercicio periodístico cuyos trabajadores son héroes, que merecen el reconocimiento, pero también los hay mercenarios que en nombre de la expresión libre se extra limitan y cualquier intento de reformar las leyes que rigen la comunicación tanto unos como otros acusarán represión y censura.

Mientras esto sucede y se intenta regular el periodismo de acuerdo con los tiempos, habrá que soportar los insultos a la inteligencia de unos y otros, quienes lo mismo se consideran afectados cuando se trata de actualizar el ejercicio informativo al que habrá que regresarle la seriedad y responsabilidad que le han arrebatado en nombre de la agresión o de la alabanza.

Hace falta una toma de conciencia de los comunicadores, una conexión más realista con la verdad y un poco de amor por sí mismos.

 

PEGA Y CORRE

El segundo debate de la oposición, es decir del Frente Amplio por México, en lugar de mostrar los proyectos de los posibles candidatos a la Presidencia dela república se la pasaron criticando al Presidente de la República y a la 4T, tarea que han realizado durante todo lo que va del sexenio y lo que falta.

 

Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes

 


 

 

 

 

 

Comparte en redes sociales