Democracia VS autocracia
Por Aurelio Contreras Moreno
Parte de la discusión pública actual sobre las opciones existentes en el tablero de la elección del próximo 2 de junio tiene qué ver con el rechazo a lo que representan muchos de quienes buscan ser protagonistas del país el sexenio siguiente.
Esta disyuntiva existe sobre todo entre quienes no están plenamente convencidos de por quién votar. No solo para la Presidencia de la República, sino para todos los cargos que estarán en disputa. Y con especial importancia, para el Congreso de la Unión.
Las personas formadas en la izquierda tradicional afirman que les resulta impensable votar por un partido de derecha como Acción Nacional (aunque su actual tendencia al centro político alejó del blanquiazul a la ultraderecha más fundamentalista), o por el símbolo de la represión antidemocrática que ven en el PRI. Y bajo esa base, justifican su inclinación por Morena, que se presenta ante el electorado como una opción “progresista” de “izquierda”.
Sin embargo, el partido fundado por Andrés Manuel López Obrador para su proyecto político y ambición personal es un revoltijo sin definiciones ideológicas puntuales, en el que coexisten lo mismo grupos marxistas radicales con priistas de ideas provenientes del nacionalismo revolucionario y, sobre todo, con políticos pragmáticos, sin convicción ideológica alguna, que se mimetizan con el color de moda y que son capaces de cambiar de discurso de la noche a la mañana si de acomodarse en el presupuesto se trata.
Por su parte, PRI, PAN y PRD arrastran los negativos propios del ejercicio del poder de varios años atrás. En muchos casos, mantienen y promueven a personajes verdaderamente impresentables que hacen difícil –o imposible- creerles que van a defender lo que el actual régimen abiertamente pretende destruir, y que no es precisamente la corrupción. Cuesta trabajo pensar en darles una nueva oportunidad cuando los persiguen pifias, corruptelas y abusos que nunca castigaron o de los que fueron cómplices.
A su vez, Movimiento Ciudadano es como una versión descafeinada de todos los anteriores. Tanto así, que en sus filas hay de todo: priistas, panistas, perredistas, morenistas y de todos los ismos habidos y por haber, pero con un esquema jerárquico idéntico al de Morena: el partido tiene un solo dueño, que en este caso se llama Dante Delgado Rannauro.
Ante este escenario, ¿qué es lo que el elector tiene frente a sí de cara a la elección? ¿Cuáles son las visiones o proyectos de país sobre los que tendrá que elegir de entre tan escuálidas ofertas políticas?
Para quien esto escribe no hay duda. La contienda no es entre izquierda y derecha, ambas ideologías desdibujadas y reducidas a retórica constante en todos los partidos. Tampoco es entre liberales y conservadores, como manipuladoramente maneja el régimen esos términos, sin correspondencia con su verdadero significado histórico.
La elección que está por delante se debate entre mantener el frágil equilibrio democrático al que a México le ha costado años, vidas e historia llegar, o retornar a la autocracia brutal, omnipotente, vertical, represora y sorda que caracterizó al sistema político del país durante el siglo XX.
La coalición opositora es una alianza de coyuntura, claramente pragmática e incluso de supervivencia, no hay duda de ello. Pero el frente oficialista no ofrece congruencia política alguna tampoco. ¿O alguien creerá, por ejemplo, que el Partido Verde de verdad es ecologista y que su alianza con Morena es por convicción, como antes se alió con el PAN y después con el PRI?
La decisión que habrá que tomar el 2 de junio es sobre sostener la división de poderes, el derecho a la información, las elecciones libres, la libertad de expresión y todos los valores mínimos democráticos alcanzados luego de décadas de lucha de la sociedad civil, u optar por retornar al pasado más oscuro, violento, clientelar, represivo y autocrático. Y lo que es todavía peor, en un país entregado a los militares por el gobierno de “izquierda”.
Eso es lo que está en juego este año en México.