NACIONAL

El sexenio de López Obrador, en cinco actos

El sexenio que concluye en México ha sido testigo de una presidencia como ninguna otra. La omnipresencia del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha llenado su mandato de símbolos, frases y discursos que, a pocos meses de entregar la banda presidencial, siguen inflamando el ambiente político de la nación.

Después de un intercambio de gobiernos del PRI y el PAN, los históricos partidos mexicanos antaño rivales y hoy aliados por necesidad, la llegada del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que fundó el presidente se vio como un revulsivo en el panorama político. AMLO fue recibido con un éxito incontestable de votos y su popularidad no ha disminuido en todo el sexenio.

López Obrador, quien nunca ha dejado de tener el perfil de candidato, ha llenado el espacio político sin dejar margen para la indiferencia. Una de sus marcas más reconocibles son las conferencias matutinas, conocidas como las Mañaneras. A pesar de su delicada salud coronaria, AMLO ha estado presente cada día en el Palacio Nacional, soportando más de dos horas ante los periodistas. Las Mañaneras han sido el mayor símbolo de este mandato, marcando la agenda diaria.

El presidente ha tratado de ser una figura moral. En un país eminentemente laico pero también religioso, López Obrador ha saltado preceptos inviolables, como mostrar sus escapularios y alabar a la virgen de Guadalupe. Los discursos de AMLO a menudo parecen sermones. Mandó imprimir la Cartilla Moral del escritor Alfonso Reyes para convencer a los mexicanos de que el país no saldría adelante sin un comportamiento digno. Esta era su forma de acabar con la corrupción y con la violencia.

Pero el líder morenista no ha sido solo un cordero en el rebaño de Jesús. Sus ataques a los adversarios han copado buena parte del discurso. En el Poder Judicial son “corruptos, delincuentes organizados de cuello blanco”; los intelectuales, “alcahuetes”; los periodistas, “pagados con moches”; la clase media, “aburguesados que se han olvidado del pueblo”; las feministas, el brazo “de la derecha”; los ambientalistas, “falsos y chantajistas”.

Las medidas de política social emprendidas en este sexenio son el marchamo del presidente. Becas escolares, para discapacitados, pensiones para adultos mayores, incremento de los salarios mínimos y la eliminación de las subcontrataciones, así como la reforma laboral, han sido señas de identidad del mandatario.

Sin embargo, otra frase ha sido mucho más polémica y le ha traído más dolores de cabeza: “Abrazos, no balazos”, que resume su estrategia contra el crimen organizado. La criminalidad está desatada y deja un saldo de más de 30.000 muertes al año. La violencia ha sido el gran símbolo negativo de este sexenio.

En política exterior, el presidente pidió que España pida perdón por los abusos y desmanes cometidos en la conquista de México y la época virreinal. Aunque se ha cuidado de distinguir entre los españoles y sus gobernantes con el Rey como jefe de Estado, las tensiones diplomáticas fueron muchas, hasta “pausar” las relaciones.

Aunque el sexenio le ha reportado un odio irrefrenable entre sus adversarios naturales y quienes se han unido a esa animadversión, pocos le niegan que se ganó su presidencia a base de esfuerzo, trabajo y perseverancia. Tampoco está en duda su personalidad política, un fino estratega que tanto golpea a la oposición como lidera a los suyos con mano firme.

Las elecciones que concluirán con su mandato se han enfocado como un riesgoso plebiscito contra el gran líder popular, o populista, y eso puede salir caro. Algunos incluso sostienen que él fue quien logró desviar la trayectoria de la actual candidata opositora, Xóchitl Gálvez, para que se presentara a la presidencia, donde tenía menos posibilidades de triunfo, y abandonara sus aspiraciones por la Ciudad de México, más peligrosas para Morena si ella las encabezaba. Este presidente tendrá dos versiones, la real y la de leyenda.

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