COLUMNISTAS

La oposición debe renovarse

La derrota debe ser asimilada con autocrítica y no con alarde de señalamientos de fraude o manipulación

Por Ángel Álvaro Peña

La manera en que la oposición adoptó la derrota electoral no es propia de quien se dedica a la política. La reacción fue de unos aficionados al fútbol, cuyo equipo favorito perdió el partido. Lo que sucede es que el partido perdió la jugada. Sus reacciones no fueron apegadas a derecho o respetando la democracia, fueron viscerales y violentas.

Desde 2018, la oposición rechazó su papel de contrapeso, como si pensara que si no gobierna no juega, otra vez la actitud infantil de evasión y automarginación. Su tarea en las cámaras fue carnavalesca. Las propuestas eran desvirtuadas por ellos mismos y las iniciativas ni siquiera cumplían con los requisitos mínimos para ser así denominadas.

La falta de práctica de los partidos de oposición mostraba su falta de conocimiento sobre su responsabilidad, mostrando su confusión porque ni siquiera sabían los límites de sus atribuciones y esto tiene que ver con legisladores de todos los partidos. Hubo un caso en el que una senadora asistía su primer adía de trabajo a la Cámara de Diputados.

En este proceso la derrota y la victoria fueron sorpresivas, en estas elecciones no hubo sorpresas a menos que algunos despistados, confiados en las encuestas del PAN, ponderaran una competencia reñida. Lo cual ya mostraba, de por sí, desconocimiento de la realidad social y política de México.

Luego vino el miedo a perder todo y la inclusión de una alianza forzada, que también fue sorpresiva, organizada por el empresario Claudio X. González, en su casa de las Lomas de Chapultepec, donde se unirían tres partidos de oposición, sin importar las viejas rencillas, lo antagónico de sus posturas ni su historia.

Para ese entonces el PRD ya había sido convocado a unirse a Morena para las elecciones del Estado de México y pelear junto con el Verde y el PT contra lo que se avecinaba una coalición prendida de alfileres, pero alianza, al fin y al cabo.

En 1917, el líder nacional de Morena, quien se había separado del PRD en 2012, le planteó a la entonces líder perredista Alejandra Barrales, –ahora candidata electa al Senado por MC–, que se uniera para crear un frente común, con la maestra Delfina Gómez como candidata.

El PRD nunca tuvo conciencia de su fragilidad creciente después de la salida de López Obrador de sus filas. Lo acompañaron líderes que llevaban consigo lo más sólido de la ideología de izquierda, de tal suerte que en ese momento se convertía, automáticamente, en un partido de centro, por decir lo menos.

En esta ocasión hay una baja sensible en el panorama partidista de México, la desaparición del Partido de la revolución democrática que no alcanzó el 3 por ciento de la votación emitida.

“Aquí en el Estado de México lo digo con toda claridad, con franqueza: si en la entidad en estos días no hay un deslinde de PRD, PT y de Movimiento Ciudadano, y siguen apoyando a (Enrique) Peña Nieto y al régimen corrupto, no va a haber ningún compromiso hacia adelante; en 2018 no vamos a ir con ellos”, dijo el ahora presidente saliente de México.

El perredismo en realidad tuvo una corta vida como partido de izquierda, desde su inicio, el 5 de mayo de 1989, al 2 de junio de 2024. Fueron 35 años y días de vida.

Después de haber estado cerca del triunfo para la Presidencia de la República y ganar la Ciudad de México con Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador, Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera, el PRD se diluyó progresivamente como en una enfermedad terminal hasta morir.

Su último triunfo electoral e importancia fue la victoria de Mancera para la Jefatura de gobierno, que fue una de las más grises. Ahora, sólo es historia y seguramente, algunos de sus líderes, buscarán el amparo de otras organizaciones para continuar viviendo del presupuesto.

En su camino de confusión y traiciones el PRD mostró su carencia de claridad humana en diferentes actos y actitudes, no sólo con la sociedad que en su momento cobijó a sus candidatos sino con sus propios correligionarios. Está el caso del ex secretario de gobierno de Veracruz, perredista de toda la vida, ex líder estatal de ese partido, y candidato plurinominal a una diputación federal para las elecciones de 2021, quien fue detenido por un delito revivido sólo para aprehenderlo, y una vez en la cárcel se le imputaron una serie de averiguaciones que nada tenían que ver con la verdad, hasta que llegó el momento de tomar protesta en el Congreso y debió rendir juramento en la cárcel, acto presidido por el diputado presidente de los legisladores decanos Augusto Gómez Villanueva.

La ley que revivió el Congreso local para poder detener a Rogelio Franco era la de ultrajes a la autoridad dada de baja años antes por ser represiva y violentar los derechos humanos. La aplicación de esta ley fue tan burda que se le llamó “Ley Franco”, porque su reincorporación al código penal del estado tenía dedicatoria. Ahora esa ley ha vuelto a ser dada de baja pero no por eso alcanza la libertad Francos Castán, quien ha estado preso injustamente y sin el apoyo de su partido, más de tres años, a pesar de ganar todos los amparos de los delitos que le han adjudicado.

Franco Castán es considerado como un preso político del gobierno de Cuitláhuac García, quien conoce el trasfondo de todo el proceso y ni siquiera volteara a ver la posibilidad de averiguar si se aplica la justicia y la legalidad.

Su abogado defensor, el también perredista Jesús Velázquez se convirtió en su suplente como diputado federal plurinominal y a la hora de tomar posesión, ocupó su curul en San Lázaro, abandonó a su compañero de partido y quien le ayudo a ascender en su carrera política, a su suerte.

Este es sólo un ejemplo de la manera en que actúan los traidores del PRD con sus propios compañeros y que ahora deberán buscar cobijo en otros partidos, donde seguramente les cerrarán las puertas por carecer no sólo vocación política sino calidad moral.

El PRD ha muerto joven, sus excesos lo llevaron a la tumba y esto a nadie debió sorprender, incluso hay quienes aseguran que aguantó con respiración artificial varios años.

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