Violencia en Morena
Por Ángel Álvaro Peña
Los partidos políticos en México no tienen la cultura de la democracia interna, así lo mostraron y demostraron los morenistas que en nombre de la transformación se dieron hasta con la cubeta, tratando de probar que las cosas cambian y confirmaron que nada ha cambiado.
El proceder de los morenistas en sus elecciones internas recordó a aquellas huestes priistas de hace poco menos de un siglo que peleaban por todo. Eran momentos en, los que los diputados cargaban con pistola obligadamente.
En realidad, hubo anomalías en la nutrida participación de militantes y simpatizantes del partido en el poder. Personajes de la oposición como Marko Cortés, cuestionan severamente la jornada violenta que se vivió el pasado sábado 30 de julio, pero el PAN es incapaz de llevar a cabo una elección interna como ésta, ni tiene capacidad de convocar ni hay nadie que le haga caso a su cúpula. No está en sus proyectos ni estará.
Si bien hubo violencia en los comicios internos de Morena, que mostraron mucha inmadurez política ye intereses personales sobre los del partido, imaginemos si en estos momentos el PRI organizara unas elecciones internas, no exageraríamos al pensar que habría varios muertos y decenas de heridos.
Afortunadamente en Morena no hubo incidentes de esta naturaleza que lamentar, aunque no fueron ni lo ordenadas y pacíficas que debieran caracterizar al partido en el poder.
Hubo lugares muy álgidos como hubo otras zonas donde la votación se llevó a cabo con la mayor tranquilidad. Desde luego se destaca lo que es noticia y radica en la agresión, la presunta compra de votos, los insultos, empujones, infiltraciones, saboteadores profesionales, quema de urnas, arrebatos de desesperación que lo mismo sucedería dentro el PAN, del PRI y de MC.
La democracia interna es una obligación de los partidos políticos, aunque no todos la llevan a cabo, se convierte en una prueba de fuego, donde pelean más que el impulso a un movimiento de transformación la llegada a cargos partidistas como trampolín para cargos públicos. En el mejor de los casos luchan por tener influencia en la selección de cargos para vender candidaturas al mejor postor y no al mejor perfil.
Morena tiene los genes del PRD, aquel partido que se caracterizó por echar a pelear a sus tribus en calles y eventos partidistas, la violencia persiste, la polarización crece al interior de un partido que todavía cuenta con una gran capacidad de convocatoria y su desgaste ante los votantes ha sido mínimo.
La narrativa de los medios generalizó la violencia en todas y cada una de las urnas, es tan falso como decir que todo fue paz y tranquilidad. Tampoco hay una división que implique desbandada o escisión partidista, sino una lucha interna que afecta la movilización.
Esta situación es una convocatoria para el resto de los partidos hagan lo mismo de manera crítica y no sólo critiquen lo que los no pueden hacer por miedo a que nadie aparezca a votar en las urnas.
Si Morena quiere prevalecer en el poder no sólo en el 2024 que pareciera tener todo el apoyo, –debido en gran medida, a la apatía de la oposición por crear cuadros de dirigentes, líderes y candidatos–, sino para 2030, tiene difíciles tareas adicionales pacificar sus filas, depurar a los saboteadores, sacar a los infiltrados de sus filas, sancionar a los alborotadores, impedir el acceso a los oportunistas, inducir la convicción en lugar de la ambición.
Deben pensarse seriamente en la conducta a seguir en 2024. Desde la manera de elegir candidatos hasta cómo conducirse el día de la jornada electoral, de otra manera puede llegar la sangre al río. Morena surge ante reiterados fraudes electorales, y ahora incurre en el principal problema que le da origen a la movilización que quiso erradicar las prácticas ilegales en las elecciones.
El punto más álgido de las discusiones en estas elecciones fue el hecho de que los fundadores del partido, los que realizaron marchas, y realizaron pintas en las calles, quieren ahora ser dirigentes con miras a un cargo público, espacios que son ocupaos por personas que recientemente llegaron de otros partidos y a quienes quieren expulsar no sólo del partido sino cerrar sus puertas.
El escándalo mediático más grave sucedió en Minatitlán donde la diputada local de Morena, Jessica Ruiz Cisneros quiso reventar la votación con un escándalo tratando de introducir personas que no pertenecían al distrito. Después se supo la razón, intentaba descalificar las casillas para justificar la derrota de su amigo y líder, Sergio Gutiérrez Luna, quien sólo alcanzó 138 votos, pero él aseguraba en una intensa e innecesaria campaña por Veracruz que era el bueno para suceder a Cuitláhuac García Jiménez en la gubernatura. La verdad es que no lo quienes ni como delegado.
Esta situación no la previeron desde el principio cuando gritaban a los cuatro vientos que el Movimiento de Reconstrucción Nacional era una fuerza incluyente, donde cambian todos, donde a nadie se les discriminaba; ahora que se ven desplazados por los que llegan de otros lados quieren derecho de exclusividad.
Esos grupos de fundadores de Morena, quienes pelearon codo con codo en las marchas, que fueron encarcelados por alterar el orden que fueron despedidos de sus trabajos por apoyar al ahora Presidente de la república, tuvieron 11 años, desde su fundación como partido hasta la fecha, para prepararse. En ese lapso pudieron haber estudiado la secundaria, la preparatoria y terminado una carrera, pero sólo esperaron con los brazos cruzados, que la suerte les llegar para colocarlos en un cargo del partido o del gobierno. Querían sacarse la lotería sin comprar boleto.
Si bien esto sucedía en las bases, en la cúpula no fue muy diferente, porque en lugar de crear cuadros de líderes que condujeran a las bases a capacitarse en la vida política el país, esperaron a que les tocara el turno para ser seleccionados como candidatos y posteriormente electos por las mayorías, porque muchos morenistas creyeron que al llegar al poder la lucha había terminado y se trataba sólo de sentarse a esperar el cargo, apenas empezaba.
Esta pasividad fue una invitación velada a los políticos que salían de otros partidos y se incorporaron a Morena, al ver a sus militantes y dirigentes dormidos o atolondrados por el triunfo electoral. Ahora es demasiado tarde para sacarlos, en primer lugar, porque se viola su derecho humano a afiliarse al partido político que cualquier ciudadano quiera, y en segundo, porque ya crearon derechos y tienen las mismas posibilidades de aquellos que consideraban que tenían el camino allanado para una candidatura cuando en realidad sólo consideraron que se trataba de un escalafón burocrático.
Ningún partido político en México o en el mundo que tiene seguro el triunfo electoral en los comicios del próximo año y otro más importante dentro de dos años, tendría una elección interna calmada y civilizada. Desde luego que las costumbres incorrectas se convierten en vicios y morena está a tiempo de reconsiderar que son diferentes, o por lo menos eso dijeron, y conciliar los tiempos y sus tareas individuales y partidistas. Mientras los morenistas no se reconcilien con ellos mismos, y curen sus rencores sociales y desechen sus venganzas personales podrán ser militantes de un partido modelo, transformador y con futuro, mientras no será posible.
Todos estos personajes que luchan por un lugar en el espacio político del país porque creen que se lo merecen, se olvidan que quien ganó en todos los cargos de elección popular se llama Andrés Manuel López Obrador, a quien les deben su triunfo o su derrota, su olvido o su liderazgo. La pureza morenista que exigen algunos fundadores es una actitud excluyente y egocentrista que deben mediar y normar en una reforma a sus estatutos. Morena es muy joven y tiene mucho trabajo interno por realizar.
PEGA Y CORRE
La detención de Luis Vizcaíno, ex funcionario de la alcaldía Benito Juárez es el principio de la investigación de un cártel inmobiliario en la zona, donde están implicados sólo panistas. Seguramente habrá sorpresas. Se explica que esa alcaldía sea un bastión panista desde hace años.
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