Amnesia
Por Ricardo Homs
Cada vez es más difícil reconocer en el presidente López Obrador a la misma persona que el candidato López Obrador y el gran líder social y opositor al gobierno en turno, López Obrador. Parecieran ser personas diferentes.
El candidato y el activista social López Obrador parecían personas congruentes, siempre con las mismas propuestas que proyectaban la imagen de un demócrata, -quizá idealista-, pero aparentemente íntegro moralmente y deseoso de moralizar al país.
Aún un alto porcentaje de quienes no votamos por él le dimos un voto de confianza después de su triunfo. Aún considerando que no tenía los conocimientos técnicos para gobernar en este mundo tan complejo y tecnificado, supusimos que aún a un alto costo para el país, quizá valdría la pena ver si lograba moralizar la política mexicana y la justicia.
Hoy parece ser otra persona: su concepto de moral es tan ambiguo que sólo acepta aquello que le conviene. Las inmoralidades de los cercanos y familiares las absuelve como si fuese un profeta enviado por Dios y fustiga sin sustento la moralidad de quienes se oponen a sus proyectos, sin importarle manchar la reputación de gente bien intencionada que simplemente piensa diferente a él.
El gran demócrata que llegó al poder gracias a la independencia del IFE, se ha volteado en contra de quien defendió su triunfo, convirtiéndose en la peor versión de aquellos a los que criticó a lo largo de dieciocho años. El beneficiario de la independencia del INE ahora quiere convertirse en el dictador que define qué es democracia y qué es fraudulento, al estilo de los peores dictadores contemporáneos como Ortega, Maduro y Díaz-Canel.
Quien escenificó y armó el fraude electoral de 1988, siendo secretario de gobernación y por tanto cabeza del Instituto Federal Electoral, -para desactivar el posible triunfo del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas como presidente -, hoy es uno de sus más cercanos colaboradores y seguramente el consejero que le dice al oído como apoderarse de las elecciones, haciendo gala de su gran experiencia como estafador electoral.
¿Y el discurso de la moralización?… al concepto “moral” el presidente López Obrador simplemente lo ha reducido a significar “el árbol que da moras”, como la definió el cacique potosino Gonzalo N. Santos, -a quien apodaban el Alazán Tostado-, quien ocupó todos los cargos de la política hasta llegar a ser gobernador de su estado, San Luís Potosí, hace casi ochenta años, exhibiéndose siempre con total cinismo como el político motivado por una ambición desmedida.
El combate a la corrupción, que fue la bandera del presidente López Obrador, terminó siendo simplemente una etiqueta para deshacerse de opositores, a quienes endilga este calificativo para ensuciar y dañar su reputación y por ende, su credibilidad, hasta reducirlos a la categoría de un paria, mientras sus corifeos aplauden como focas. Él define quien es corrupto, pero también quien es honorable, aunque traiga una larga historia de deshonestidad.
Su desprecio por el “estado de derecho” es evidente y desde su cargo se siente con el derecho de definir qué es justicia y qué una aberración jurídica y por ello descalifica a jueces que se oponen a sus proyectos.
Y su capacidad de usar a sus colaboradores para su propio fin, sin el mínimo respeto a su dignidad personal, es evidente. Todos son corcholatas descartables y desechables cuando dejaron de representar una utilidad para su propio proyecto. Desde el brillante secretario de hacienda Carlos Urzúa, hasta Arturo Herrera, pasando por Alfonso Romo, Olga Sánchez Cordero y Tatiana Clouthier Ellos son testimonio de esa falta de compromiso con sus colaboradores que no forman parte del círculo selecto de amigos incondicionales de toda la vida.
La máxima de que “el poder cambia a la gente”, sigue confirmándose.
Y para concluir… después de esta descripción, ¿Cómo define usted este estilo de gobernar? Póngale usted el nombre… ¡bajo su propio riesgo!
¿A usted qué le parece?
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