La TV agoniza
Por José Páramo Castro
El noticiero nocturno era para algunos una prestación laboral que recompensaba el arduo día de trabajo con noticias cuya veracidad no importaba. Era necesario relajarse con los muertos en Vietnam, o los escondidos hechos del movimiento estudiantil del 68.
También era un ritual que marcaba la hora de la evasión. Los televidentes nunca pensaban en informarse para conocer el mundo sino para distraerse con problemas que no eran los suyos. La televisión cumplía su labor elemental de crear ídolos, y quienes daban las noticias eran considerados parte de la familia del auditorio. Los querían y admiraban, las razones nunca se expusieron.
Quienes leían las noticias eran admirados por el simple hecho de aparecer en televisión, su moralidad nunca estuvo a prueba. Los chantajes de Raúl Velasco castrando carreras de cantantes, eran lo de menos. O las golpizas que propinaba Jorge Berry a Lolita Ayala. Ellos, por el simple hecho de salir a cuadro, eran dignos de admiración, aunque en la vida real hayan sido una auténtica basura.
El cordón umbilical que la población tiene con la televisión está a punto de romperse, luego de depender de ella en cuanto a las reglas morales a partir de sus conceptos, la dependencia termina.
Quienes presentaban las noticias no sólo eran informadores sino mexicanos ejemplares por un criterio impuesto por ese medio. Los lectores de noticas eran admirados por sus exaltadas como imaginadas virtudes, con un solo defecto, mentir, encubrir la realidad, callar los excesos y el autoritarismo de los gobiernos en turno.
Los lectores de noticias eran héroes que daban la cara por los políticos, sobre todo por el Presidente de la República, quien era honrado como un semidios por esos personajes, de cuya honorabilidad nadie dudaba, su moralidad estaba expuesta pero no en duda. Cultivaban el mito del gran tlatoani desde las hondas hertzianas. La población podía dejar de creerle a los diarios, pero nunca a Zabludovsky. el simple hecho de aparecer frente a frente con quien hablaba, merecía credibilidad y respeto, aunque mintiera y fuera un desastre su vida personal.
Informarse era parte del relajamiento diario. Era el acompañante inseparable del confort del hogar, donde se rescataban temas para la hora del café y se practicaba el culto a la personalidad. La información era más similar a las telenovelas que a la realidad. Informarse implicaba ser una esponja de poros abiertos donde todas las noticas llegaban para quedarse. La historia falsa de esos años era sustentada en los noticieros cada noche.
Se trataba de una mañanera de los gobiernos de esos tiempos, pero de noche. Nadie protestaba por imponer criterios ni por divulgar mentiras como verdades absolutas. Se trataba de la transmisión de la visión del poder y sus aduladores. Ahí no había preguntas ni cuestionamientos de los medios. La inercia de informarse a través de un monólogo creaba una pasividad que todavía conservan algunas familias mexicanas cada noche.
La información televisiva mexicana no ha cambiado de formato, ni de personajes, son los mismos con diferente cara, son siervos de la mentira. La televisión enseñó a los niños mexicanos lo bueno y lo malo, los buenos y los malos y les mostró que podrían ser superiores a otros seres humanos a través de la discriminación, los gordos, los feos, los chaparros, los sucios, los indígenas, los asiáticos, etc. eran seres inferiores.
La televisión desde su trono de famosos, transmite a través de una concesión otorgada por el gobierno, éste y los dueños de las concesiones eran clientes, amigos, socios, parientes y cómplices. Eran uno mismo. Ahora, quienes alquilan las concesiones retan al gobierno, auténtico propietario de la transmisión, intentando colocarlo en el banquillo de los acusados y ocultando sus logros.
La televisión apareció como diversión frente a los ojos de la Humanidad hasta que la manipulación la invadió y creó zombis.